Inicialmente pensado como solo un garage de apoyo a la vida de la clienta fuera del área conurbada, el proyecto fue evolucionando hacia una pequeña residencia. La privilegiada ubicación y amplias vistas al poniente desde esa zona elevada encaminaron ese cambio de uso, permitiendo ahora pasar ahí el día y poderse quedar a pasar la noche viendo las luces de la ciudad desde la pequeña terraza en planta alta.
El volumen se cierra hacia el oriente, cara que se exhibe hacia casas vecinas, resguardando así la vida al interior, solo vislumbrada a través de una pequeña ventana / mirilla que se abre en el plano inclinado, recubierto de barro. El basamento, forjado en piedra braza, es el que entabla el diálogo afín con sus alrededores, aportando también confort térmico a la recámara, situada en la parte posterior de ese nivel. Sus rítmicas perforaciones conceden la luz natural necesaria hacia los interiores sin sacrificar privacidad.
En alto, el mezanine funciona como templete para actividades más lúdicas, y su continuidad visual, además de dar libre acceso al paso del viento, da flexibilidad de usos y conforma una especie de mirador hacia la ciudad, complementada hacia el lado contario por esa única perforación que sirve de mirilla al espacio de trabajo.
La construcción se sienta sobre el monte como un pequeño observatorio monolítico que conversa respetuosamente con su entorno.